DESPUÉS DEL LETARGO

Un baño o cien en una cala de Jandía

Concha de Ganzo 0 COMENTARIOS 23/04/2020 - 09:45

Estoy en Corralejo. Hace un día maravilloso. Corre una ligera brisa, en el puerto, apostados en un saliente que da al mar, dos pescadores prueban suerte. Desde allí podrían coger lisas, salemas, bogas, y hasta sargos. Miguel me dice que tira la caña para calmar el gusanillo, no tanto por llenar la bolsa con este tipo de peces. Unas especies  rodeados de cierta mala fama, sobre todo las bogas. Mi abuela decía que eran pescados sucios, y cuando ella soltaba una de esas afirmaciones, el resto lo asumía como una verdad absoluta.

Desde allí, ya empiezo a notar las ganas inmensas que tengo de meterme en el agua. En ese mar de esmeralda, limpio, azul turquesa, transparente, cálido. Y en este punto de este viaje, a uno de mis destinos preferidos,  aparece la duda: seguir hasta los lagos del Cotillo, ese remanso de postal, o poner rumbo al sur, a la planicie interminable de Jandía.

Llevo tanto tiempo de encierro que en realidad me apetece como Paseando a Miss Daisy que me lleven de ruta. Notar el viento suave, tibio, y la carretera que avanza por esta isla curiosa. Al principio piensas que Fuerteventura tiene poco que ofrecer, después te adentras en su paisaje, en su paleta de colores, en sus playas, y en la delicia de un entorno pausado, un tiempo que se detiene, y entonces como un rayo, te enamoras de su aridez, de las tonalidades, y de esos atardeceres enrojecidos, cuando puedes ver como el sol camina despacio y se esconde dejando en primer plano la belleza de una isla salvaje que cautiva. Tanto. 

Desde lejos se ve la arena brillante, clara,  de una Jandía de ensueño. Y antes de llegar, hace tiempo que alguien me descubrió un secreto: una cala escondida, un mundo aún por explorar  para los extranjeros sonrosados.  Se accede a este recodo con facilidad, son muchos los majoreros que saben y guardan este tesoro. Como en un viaje místico llegó al fin a este paraje. Tengo suerte, no hace mucho viento, apenas un vaivén entretenido, y al fondo el mar. Con olas lacias que embelesan. Sólo imaginar que los pies se adentran en esta agua transparente no tiene precio. El regalo viene después, cuando al fin pueda, podamos, bañarnos una y cien veces en esta cala, en otra cala, en cualquier playa. En el mar.

De vuelta a la arena, mojada y libre, acabo tendida al sol, entonces me acuerdo de uno de esos cuentos maravillosos que García Márquez dedicó al mar: El ahogado más hermoso del mundo.

Unos niños juegan en la playa. Imaginan o sueñan que han descubierto un barco: “después vieron que no llevaba banderas ni arboladura, y pensaron que fuera una ballena”.

Aquellos niños del cuento que jugaron durante toda una mañana a enterrar y desenterrar a un desconocido hombre gigante que había llegado hasta su orilla soy yo. Me gustaría soñar nuevamente con esta historia, tener la sensación de leer por primera vez este cuento, y sobre todo sentir que puedo bañarme en esta cala apartada de Jandía, en uno de esos días maravillosos en los que el viento apenas bosteza, y por la tarde, podré regresar más morena y feliz de vuelta a casa.    

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