La lección que deja la llegada de la boya, tras más de 6.500 kilómetros de recorrido, es que “la lucha contra la polución marina por plásticos y contra el cambio climático no conoce fronteras”
De Florida a Fuerteventura, la boya que burló el confinamiento
La lección que deja la llegada de la boya, tras más de 6.500 kilómetros de recorrido, es que “la lucha contra la polución marina por plásticos y contra el cambio climático no conoce fronteras”
Una boya marina ha sido capaz de recorrer más de 6.500 kilómetros y burlar las fronteras del confinamiento hasta llegar hace unos días a una cala de Fuerteventura desde el Santuario Marino Nacional de los Cayos de Florida (EEUU), una de las comunidades de plantas subacuáticas y animales más diversas de Norteamérica.
El relato de viaje de este artefacto, que servía para marcar los límites en los que no se pueden realizar determinadas actividades pesqueras en el Santuario, comenzó hace, al menos, dos años y medio.
Por esas fechas, el huracán Irma azotaba a Florida con fuertes vientos y lluvias y tal vez esa tormenta hizo que la boya se soltara y fuera arrastrada por las corrientes hasta llegar a Fuerteventura.
El pasado 3 de mayo, los agentes de Medio Ambiente del Cabildo de Fuerteventura se percataron de la presencia de un artefacto flotando en el mar en una cala cercana a Majanicho, en La Oliva. El reloj marcaba las 11 y 54 minutos.
Tras recogerla, el gerente de la reserva de la Biosfera de Fuerteventura, Tony Gallardo, explica a Efe que se activó "un protocolo de búsqueda de su origen a través de los datos que se encontraban grabados en la cubierta del aparato".
El primer paso fue contactar con los miembros del proyecto ‘CanBio’, una iniciativa del Loro Parque Fundación, Gobierno de Canarias y las dos universidades de las islas que se encarga de estudiar el cambio climático en el mar, la acidificación oceánica y sus efectos en la biodiversidad marina de Canarias y la Macaronesia, especialmente sobre los cetáceos, tortugas marinas, tiburones y rayas.
A través del grupo de investigación Quima de la ULPGC y de la Asociación de Voluntarios de Ayuda a la Naturaleza de Fuerteventura (Avanfuer) se hicieron las gestiones con la NOAA (Administración Nacional Oceánica y Atmosférica) de Estados Unidos.
Tras llamadas y correos cruzados se pudo dar con su origen: el Santuario Nacional Marino de los Cayos de Florida, un espacio de unas 2.900 millas con unas 6.000 especies marinas que habitan en los arrecifes de coral, bosques de manglar, praderas de pastos marinos y otros hábitats de Florida Keys.
La boya forma parte de un sistema de 800 dispositivos que señalizan los límites donde no se pueden realizar determinadas actividades pesqueras y se cree que desapareció junto a otra durante el huracán Irma.
Redoblar esfuerzos contra la contaminación
La consejera de Medio Ambiente, Lucha contra el Cambio Climático, Economía circular e I+D+I del Cabildo de Fuerteventura, Marlene Figueroa, señala que la llegada de esta boya “no es más que un ejemplo del funcionamiento de los océanos y de las interconexiones que existen entre continentes y lugares remotos”.
Para Figueroa, la lección que deja la llegada de la boya, tras más de 6.500 kilómetros de recorrido, es que “la lucha contra la polución marina por plásticos y contra el cambio climático no conoce fronteras”, por lo que es preciso "redoblar esfuerzos a una y otra orilla del Atlántico".
Parece ser que la boya ha encontrado en tierras majoreras el final de su recorrido. Tony Gallardo cuenta que el artilugio, tras ser donado por el santuario, “se guardará para que forme parte de un futuro centro de interpretación del área marina de la Reserva de la Biosfera de Fuerteventura”.
Su periplo, durante más de dos años por el océano, servirá “como ejemplo práctico de las interconexiones entre lugares remotos, tanto en el aspecto biológico de las tortugas y cetáceos, como en los nuevos riesgos de contaminación”.
Esta es la tercera boya marina procedente de Estados Unidos que llega a Fuerteventura en la última década. La primera de ellas se encontró en 2010 en la playa de Cofete, al sur de la isla, después de dos años a la deriva en el Atlántico desde que fue arrojada en la costa de Massachussets, dentro de una investigación sobre la contaminación acústica bajo el mar y sus posibles afecciones en los cetáceos.
Dos años más tarde, Cofete volvió a recibir otro artefacto similar, este diseñado en la Universidad de Cornell, en Ithaca, Nueva York, para estudiar la bioacústica marina.
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