Miedo
Aún no hemos salido y ya siento miedo. Me ha dado miedo esos padres en estampida, que sin pensarlo mucho han corrido a la calle a pasear de la mano de sus hijos pequeños. Sé porque tengo un niño cerca, un niño de 5 años, que está feliz en su casa. Hacía mucho tiempo que no pasaba los días junto a su madre. La ve por la mañana, juega con ella por la tarde, y discuten un poco por la noche cuando no quiere irse a la cama. Pero en realidad tampoco extraña mucho salir fuera. Eso es así.
Creo que son los padres los que viven asfixiados con tanto encierro. Y lo entiendo. Pero tampoco es bueno que al salir se olviden de esta realidad, de las cifras de muertos, por qué estamos confinados.
Yo estoy en Madrid y aquí la situación es terrible, en Canarias las cifras son mejores. Pero si dejamos que se nos nuble la mente y que de pronto perdamos la sensatez, esos lugares en los que no hay enfermos pueden llegar a tenerlos. ¿Qué pasaría en la Graciosa si solo una persona, con el bicho dentro, llega hasta allí? Caerían todos. Creo que está bien ver luz al final del túnel y disfrutar con los chinijos, con sus carreras en bicicleta, sus saltos de alegría, sus paseos en libertad, pero con cautela.
Mi miedo es un temor egoísta. Yo también quiero salir de este encierro. No moverme sólo a través de la imaginación, de esa lista que hago de futuras salidas que son sueños, de momento, simples deseos que pongo en una lista interminable. Es verdad quiero pasear por la calle Real, bañarme en la playa, abrazar a mi familia, brindar con mis amigos, volar a Tenerife. Disfrutar del sol sentada en un banco de la calle. Pero todo eso que nos espera fuera puede verse truncado si perdemos la perspectiva, lo poco que sabemos de este virus: que se contagia con mucha facilidad.
Qué puede pasar si dentro de quince días se produce un repunte por no haber guardado las distancias, por dejar que los chicos jueguen al fútbol, se reúnan con sus amigos, mantener encuentros fortuitos con otros vecinos. Lo siento padres, abuelos, supongo que debe ser muy duro estar metidos tanto tiempo en un piso pequeño, en uno de esos habitáculos que ni siquiera tienen un soleado balcón que da a la calle, pero esta pesadilla es real, y de ella sólo podremos salir, si lo hacemos todos juntos, pensando en los otros.
De verdad que me encantaría poder subirme en un avión y volver a mi casa. Ver el mar desde mi balcón y saludar a todos. No sé si me atreveré a dar abrazos, quizás con el tiempo, pero aquí, en el centro de esta pandemia, he conocido a gente que lo está pasando tan mal, que ha perdido a algún familiar, que me da escalofríos, volver a imaginar que las cifras de contagios suben, que regresa el virus, como un ser gigante, sin corazón, que ataca donde más duele, y en lugares alejados, cerrados, en esos sitios donde al principio, en su primer embate no pudo o no fue capaz de llegar, esta segunda vez sí podría. Lo siento, pero el miedo a que esto no acabe me amarga, me supera. Yo también quiero salir a la calle y correr.
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